Hay días en los que parece que nada ha cambiado.Que todo
sigue siendo como antes, incluído lo que antes nos parecía terrible y que ahora
se nos antoja tan trivial.
Hay amaneceres en los que el sol nos recibe y por un
instante creemos que todo permanece en orden e iniciamos esa rutina, a veces
tan reconfortante e incluso estimulante, de ordenar en nuestra cabeza todas las
actividades que nos convierten en seres especiales y creativos.
Luego, de pronto, un “algo”, un gesto, una canción en la
radio de nuestro coche, desencadena la tormenta, los recuerdos que nos
devuelven a épocas casi remotas de la niñez, y entonces, aprovechando el
privilegio de la soledad, nos permitirnos llorar sin contenernos.
A veces llorar ayuda, nos alivia, nos reduce la presión..
Y sabemos que llorar es bueno, que acorta el tiempo de
duelo.
Sabemos que compadecernos por un instante de nosotros
mismos es, en cierto modo, como ese abrazo que solo siendo de nosotros mismos,
es verdaderamente sincero.
Hay días en que no comprendemos por qué el mundo no se
derrumba para todos.
Que no concebimos que el resto del universo siga girando
como si nada.
Que el mundanal ruído que nos rodea, no se convierta en un
absoluto silencio, muestra del respeto que reclamamos.
A lo largo de nuestra vida, hemos sentido en muchas
ocasiones, la tristeza del abandono por parte de aquellos que considerabamos
erróneamente imprescindibles, y de pronto, en esos días, en esos momentos, con
el “algo”, el gesto, la canción en nuestra radio, con los recuerdos antiguos ,
con las lágrimas y la autocompasión, se produce un extraño instante de lucidez
y comprendemos que no todos aquellos que creíamos importantes en nuestra vida,
lo eran de verdad , que todo aquello no era mas que trivialidad y baratija y que solo los verdaderamente importantes, cuando se van, son
los que nos dan la auténtica dimensión de la soledad.
Después volvemos a nuestra rutina, nos secamos las lágrimas y buscamos la sonrisa de los que nos rodean para poder sonreír de nuevo.
Después volvemos a nuestra rutina, nos secamos las lágrimas y buscamos la sonrisa de los que nos rodean para poder sonreír de nuevo.
Y es que los que seguimos aquí, estamos justamente para eso,
para seguir.